Un lugar para la lectura

 La Columna del Sábado





Hace varios años, un amigo que estaba de visita en Ocaña, me preguntó qué cuantas bibliotecas públicas teníamos. Él se sorprendió mucho cuando le dije que tan solo tres; le costaba creer que la segunda ciudad más importante del departamento Norte de Santander y con cerca de 115.000 habitantes, pudiera tener solo tres bibliotecas públicas. Sin embargo, si se revisa el número de personas que asiste diariamente a ellas, se puede deducir que a los ocañeros poco le interesan los libros, y que es incierto saber si la presencia de más bibliotecas sería el estímulo para una asistencia más frecuente a estos recintos de conocimiento. “Sería muy triste ver una biblioteca más vacía que la otra” dijo mi amigo, “hasta sería incómodo para los bibliotecarios… bueno, si en verdad les apasiona su oficio”.

Puedo decir que he tenido el privilegio de no vivir tan lejos de las bibliotecas públicas, por lo que he podido gozar de la cercanía a esos espacios en los que se puede alcanzar la intimidad con la palabra escrita. En Cali, donde resido ahora, a pesar de ser una ciudad capital y con mayor desarrollo social, cultural y económico, tampoco he visto alta afluencia de personas en las bibliotecas...

El poeta y novelista ecuatoguineano Juan Tomás Ávila, protagonista del documental “El escritor de un país sin librería”, podría decir que la ausencia del gusto por la lectura responde a la carencia de espacios para consumir literatura. Consumo no como aquel que nos impone la publicidad ante lo material, sino  como satisfacción de una necesidad espiritual, como respuesta al apetito natural que no solo la literatura sino el arte en general nos proporcionan a los seres humanos.

Pero en Ocaña y en muchas ciudades de Colombia, la práctica ha mostrado que lo dicho por Ávila no es del todo cierto. Los pocos espacios que hay, si bien pueden no ser asequibles para toda la población debido a las distancias existentes entre las comunas, sí lo son para un grupo significativo de la misma, y ni siquiera en esa menor escala se vislumbra que los libros tengan ese atractivo que merecen. En cuanto a la venta de libros, por fortuna existen libreros apasionados que venden piezas usadas a precios módicos y por tanto no se podría decir que es culpa de los altos precios que fijan las editoriales. ¿Será que definitivamente el libro digital se ha impuesto sobre los espacios físicos?

Lo que por ahora es un hecho indiscutible es que en general en Colombia el hábito de la lectura es reducido. Aunque limitado, el acceso a los libros y a la lectura es democrático y libre. No es el caso de un país como Guinea Ecuatorial, donde hubo una época en que leer era un delito, donde hoy las escuelas, bibliotecas y librerías siguen siendo precarias, y donde por las noches la luz eléctrica es inestable y por tanto ese lapso propicio para la lectura de quién ha laborado todo el día, se ve truncado.

Entonces, sería irresponsable sentenciar que todo es culpa de la fugacidad e inmediatez de la virtualidad y las redes sociales, o como diría Zygmunt Bauman, de la “sociedad líquida”. Por el contrario creo que el acceso masivo a internet y la explosión de las redes sociales, es una oportunidad inmejorable de conocer y compartir conocimiento de manera cómoda y económica. Si bien se llega a un punto de saturación por el bombardeo constante de tanta información, se tiene la posibilidad de descubrir contenidos que no son posibles adquirirlos en físico. Por lo tanto la decisión es nuestra: seleccionar lo relevante y ser capaces de saciar esa necesidad de lectura, que debe nacer de la voluntad más no de una imposición.

En los años tensos de la Guerra Fría el acceso a la información era un botín para los Estados, y por tanto un privilegio para los ciudadanos. Hoy por el contrario podemos saber de casi todo a la vuelta de un clic, aunque paradójicamente esa certeza de que casi todo lo que debe saberse ya está en las nubes de la web, es lo que quizás nos ha hecho perezosos al conocimiento y a que posterguemos esas pausas necesarias en el scrolleo diario, para por ejemplo, leer completo un artículo de interés y reflexionar sobre el mismo.

Todos somos un universo diferente y autónomo. No es sano imponer el gusto por las maravillas del arte y por la pasión que puede experimentarse con lo que otro ha escrito, con las historias que van naciendo de los párrafos. Es un proceso lento y que de no nacer de la voluntad, no cumpliría su esencia espiritual. Ahí está uno de los grandes errores de la escuela respecto a la lectura, y por eso es grande el reto de los promotores en estos tiempos donde las propuestas audiovisuales son más atractivas.

Los espacios para buscar libros están abiertos, así sean reducidos. El acceso a internet mejora cada vez más, pese a que en Colombia todavía esa cobertura no llegue a todos los rincones de nuestra geografía. Pero a pesar de las falencias, no podemos compararnos con la triste realidad de muchos países africanos donde las posibilidades de acceso a la palabra escrita es tan difícil, no solo por la ausencia de infraestructura física para escuelas, bibliotecas, librerías o redes de internet, sino por la censura de las dictaduras que siguen acaparando la información y la restringen como estrategia de control social. En Colombia gozamos del acceso democrático a la lectura, y mientras ello siga así, el conocimiento estará ahí esperándonos. Aunque mi amigo y yo seguimos prefiriendo leer libros en físico, la forma cómo se llegue y cómo se disfrute la literatura será irrelevante; lo esencial es llegar y quedarse en esa casa de grandes puertas y ventanas que nace cuando empezamos una lectura.


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