La mañana del 11 de septiembre

 La Columna del Sábado




El ruido del televisor en la sala no me dejó dormir hasta tarde. Mamá nunca veía noticias tan temprano y papá rara vez se demoraba tanto en el comedor después del desayuno. Pero ese 11 de septiembre de 2001, el alborozo de mis padres en la sala no me permitió hacer pereza de más. Sin duda, era un día atípico.

Me levanté y aún sin dar los “buenos días”, observé las imágenes repetidas una y otra vez por noticias RCN: dos torres blancas con la cúpula humeante, el impacto ortogonal de los aviones suicidas y su caída posterior como cartas de naipe en una explosión que no solo sacudía los cimientos de Nueva York, sino que partía la historia del siglo XXI y un nuevo orden geopolítico se gestaba para regir los hilos del mundo en los próximos años. Esa mañana, a primera vista no comprendí la gravedad de los hechos, pero el sentido común de mamá nos daba por lo menos un acercamiento: “son aviones llenos de gente contra torres llenas de gente”.

Sí, imágenes insólitas nunca antes vistas en el territorio continental norteamericano; solo el antecedente del bombardeo a Pearl Harbor en Hawai en 1941, y tan grave había sido que justificó el ingreso de Estados Unidos en la II Guerra Mundial. El planeta no fue el mismo después de aquella mañana en el Pacífico; y tampoco lo sería después de aquella mañana en la que caía el World Trade Center en el Bajo Manhattan.

Tiempo después comprendí que el rostro de papá frente al televisor reflejaba la pérdida de la esperanza. Había vivido la euforia de la caída del Muro de Berlín, del fin de la Guerra Fría y de las guerras balcánicas; vivíamos otros diálogos de paz en el conflicto colombiano… Pero esa mañana, se consolidaba la raíz tenebrosa de la nueva guerra global: la lucha contra el terrorismo. Ese rostro de papá se quedó guardado como también sus palabras pronunciadas casi con la misma convicción de George W. Bush minutos después en su alocución presidencial: “se jodió esto otra vez; vendrán muchos años más de guerra mundial”. No entendí muy bien, pero razones no le sobraban.


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