El ritual de los zapatos en la entrada
La Columna del Sábado
Mi papá y yo, muchos años antes de la pandemia
del covid-19, comenzamos a dejar los zapatos –con los que veníamos de la calle–
al costado de la puerta y a seguir adelante en medias, ya que en más de una ocasión
nos habíamos llevado varios regaños de mamá por llegar tan inoportunos a
estropear su jornada de aseo, justo cuando el piso estaba recién trapeado. Luego
el problema fue que percudíamos las medias; así que mamá resolvió el asunto dejándonos desde
entonces un par de chanclas diagonal a la puerta. Mucho después supe que ese
ritual no lo había inventado mamá sino que era una tradición ancestral de los
japoneses.
Estos temores nos han impedido valorar la
importancia espiritual y fisiológica de nuestros pies. En una clase de yoga tuve
la oportunidad de realizar una caminata a pies descalzos por un sendero en
afirmado y por el lecho del río. La experiencia del contacto de los pies con la
tierra caliente, con las piedras, con el agua, fue una verdadera terapia; un volver
a las raíces, a la conciencia de nuestro cuerpo como dice el maestro Joseph. No
fue fácil vencer esa sensibilidad que desarrollaron las plantas de mis pies por
tantos años acostumbrados al confort de las medias y los zapatos. Creo que aquello
contribuyó a relajar esos puntos de presión de los que tanto habla la
podología.
Muchos de los protocolos de bioseguridad que hoy
son obligatorios para ingresar a cualquier lugar público, incluida nuestra propia
casa, no son más que una vuelta a las buenas costumbres sanitarias que hemos
perdido. “No tanto por el lavado de manos
a cada rato –que uno debería siempre hacer después de volver de la calle–sino por la costumbre de dejar los zapatos en
la entrada… usted no se imagina cuanto mugre trae uno de la calle en los
zapatos y termina esparciéndolo por toda la casa”, me dijo una enfermera
hace días.
Mi papá y yo, muchos años antes de la pandemia
del covid-19, comenzamos a dejar los zapatos –con los que veníamos de la calle–
al costado de la puerta y a seguir adelante en medias, ya que en más de una ocasión
nos habíamos llevado varios regaños de mamá por llegar tan inoportunos a
estropear su jornada de aseo, justo cuando el piso estaba recién trapeado. Luego
el problema fue que percudíamos las medias; así que mamá resolvió el asunto dejándonos desde
entonces un par de chanclas diagonal a la puerta. Mucho después supe que ese
ritual no lo había inventado mamá sino que era una tradición ancestral de los
japoneses.
En Japón la mayoría de la casas (por ejemplo las
tipo machiya1) siguen siendo
construidas con pisos de madera no muy distantes del suelo natural (excepto en la
cocina que por el riesgo de incendios suele ser en piedra), y recubiertos por
una estera tejida de bambú conocida como tatami,
que podríamos asociar a la alfombra occidental. Ante lo difícil que podría
llegar a ser la limpieza de este material tan delicado extendido por toda la
casa, los japoneses son muy rigurosos con la limpieza, en especial con la de
los zapatos. De ahí que la arquitectura contemple en todas las casas el genkan, una área separada de la puerta
de entrada entre dos o tres metros, a modo de vestíbulo en un nivel inferior al
resto del piso, donde se lleva a cabo el “intercambio de calzado”, pues siempre
reposa a un costado unas pantuflas (surippa)
para seguir adelante más cómodo y libre de la impurezas de la calle.
Si bien en Occidente puede resultar tediosa el
hábito de quitarse los zapatos en cada regreso a casa, la pandemia nos ha
obligado a implementar esta medida sanitaria que no deberíamos perder cuando terminen
estos días de zozobra y limpieza compulsiva, pues hemos entendido que las
suelas de nuestros zapatos pueden albergar como lo dice Charles P. Gerba2, más de 420.000 bacterias ,
más del triple de las que puede contener la taza del inodoro.
Sin embargo, la
cuestión no pasa mucho por la pereza de quitarse los zapatos, sino por el temor
a mostrar los pies. Recuerdo que en las clases de expresión corporal de mi
padre, muchos alumnos eran reacios a quitarse los zapatos por dejar al
descubierto las medias rotas, la falta de pedicure
o por olores indeseable que podrían llamar la atención más de lo normal. La
carencia de aseo de los pies u otros prejuicios culturales son algunas de las
razones por la que quitarse los zapatos es casi un acto íntimo para muchos y difícilmente
lo hacemos en casa ajena, como los japoneses en la escuela, en el trabajo o
cuando visitan a alguien.
Y es
que no solo es por higiene, para los japoneses el ritual de los zapatos va un poco más allá: el respeto del huésped para con el anfitrión, la búsqueda
de la pureza de un lugar tan sagrado como lo es la casa. Al ser lo pisos de madera, las pisadas con
zapatos (además de ensuciar el tatami)
alteran el equilibrio acústico de la casa que los recibe, aspecto que es muy afín
con la cultura zen, la etiqueta y las buenas costumbres de la espiritualidad
oriental. Y es que los japoneses desde sus orígenes
tuvieron una tendencia a “vivir en el suelo”, pues actividades como comer, leer
o tejer suelen hacerlas sentados de rodillas en el suelo (postura seiza), ya que el uso de las sillas sería muy
posterior en su cultura y nunca llegaron a imponerse.
No obstante, esta tradición no es del todo japonesa.
Según el profesor David Sevillano-López3, es muy probable que sea
originaria de China, cultura milenaria de la que muchos países del sudoeste asiático
como Japón, Corea, Camboya, Vietnam, incluso la India, admiraron y nutrieron
mucho a su civilización. Si revisamos esta tradición en el mundo, pese a su
occidentalización, también los países de mayoría musulmana, los territorios que
hicieron parte del antiguo imperio Otomano como Serbia y Hungría en Europa, y
hasta algunos de extinta Unión Soviética, suelen usar hoy el terlik, tapochki u otras pantuflas para estar en casa o para el culto
religioso, con base a principios muy similares a los concebidos por Oriente. En los países escandinavos su uso es más por las condiciones meteorológicas que por una
verdadera tradición cultural.
La
verdad no estoy muy seguro si esta costumbre se pueda arraigar a nuestra
tradición colombiana, pero lo que si estoy seguro es que después de casi
noventa días de cuarentena y de medidas preventivas contra ese virus que nos
amenaza, ya no va a ser tan difícil ni tan incómodo el dejar los zapatos en la
entrada de nuestra casa o en de cualquier huésped que nos reciba. Creo que tampoco
estaría de más un letrero en la puerta que diga:
“no usar zapatos,
gracias… bienvenido”.
gracias… bienvenido”.
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