La ciudad y el andén
La Columna del Sábado
Caminar por sectores de la ciudad de Ocaña como La Piñuela, San Antonio, Cuesta Blanca o Las Llanadas, es una travesía que cientos de personas deben sortear al día en un espacio geográfico que sigue creciendo sin políticas claras de planificación urbana. La razón: las malas características y condiciones de los andenes.
Según las normas técnicas de la Empresas Públicas de Medellín [EPM]1, los andenes deben disponer de mínimo 1.50 metros de ancho para la franja de circulación peatonal, y una altura promedio entre 10 y 15 centímetros. En los sectores mencionados, existen puntos críticos donde el ancho del andén puede llegar a solo 0.50 metros, y a alturas tan bajas como la cota rasante del pavimento o de casi 1 metro por encima. Por lo tanto el peatón debe “invadir” la calzada y arriesgar su integridad física, ya que por lo general las vías contiguas a estos andenes son angostas (menores a 6.0 metros), de doble circulación, y a causa del mal estado de la capa de rodadura del pavimento, induce a que los vehículos –sobretodo motocicletas– prefieran las márgenes adyacentes al andén que es donde precisamente se produce esa invasión de peatones.
Los urbanistas, arquitectos e ingenieros en su narcicismo se han olvidado de la población con movilidad reducida, que es la que más ha sufrido el impacto y el marginamiento que conlleva el crecimiento de las ciudades, y Ocaña como ciudad intermedia, no está ajena a esta problemática. El arquitecto magíster en urbanismos Luis Eduardo Ortiz2 expresa que Ocaña fue planificada desde la plaza Parque 29 de Mayo, centro de ese valle en forma de “pera” delimitado por los ríos Tejo y Chiquito en donde se asentó lo que hoy se denomina el centro histórico, pero más allá, por la topografía irregular predominante, las calles fueron “trazadas por la geometría de la emboscada” como lo diría el poeta Páez Courvel3. Para la época, era difícil imaginar que muchos años después desaparecerían los caminos de herradura, los carreteros, los burros lecheros y se impondría el automóvil, la motocicleta y una alta concentración de peatones.
De ahí la importancia del andén, que es definido por EPM como la “porción del espacio público, destinada a la permanencia o circulación de peatones, con ocasional cruce de vehículos para acceso a los predios”. Por lo tanto al ser esa primera área pública que nos recibe al salir de los límites privados de nuestras viviendas, estos deben ser accesibles para todos los ciudadanos. Los expertos en urbanismo coinciden en que la ciudad moderna y sostenible, la ciudad soñada, debe procurar por la continuidad de los andenes, por su regularidad geométrica, por evitar los cambios bruscos de niveles, por contemplar rampas de acceso y líneas táctiles guía y de advertencia para peatones con limitación visual y movilidad reducida. La ciudad es de todos, y es en el espacio público donde confluyen las interacciones entre sus ciudadanos.
Es difícil cambiar el trazado de esos andenes en los que a duras penas se puede circular en un solo sentido sin el intercambio con la calzada. Será un proyecto a largo plazo que los gobiernos municipales deberán ir solucionando de manera progresiva, sobre todo a través de la Secretaría de Planeación que es la responsable de expedir las licencias de construcción, y de velar porque el espacio público tenga su lugar en la ciudad por construir.
Por eso es inaceptable que los nuevos proyectos inmobiliarios no contemplen en sus diseños arquitectónicos los espacios mínimos del andén, y que por no sacrificar el área construida, se pierda la oportunidad inmejorable de corregir estos imperfectos que muchos años atrás no se visionaron, porque no se concebía al ciudadano de a pie como un factor importante dentro de la dinámica de las ciudades. Es importante destacar, por ejemplo, el espacio público proyectado por los Centros Comerciales Santa María, Plazarella y City Gold, o el conjunto residencial Bulevar Plaza, que disponen de andenes amplios para que el peatón en estas zonas céntricas de la ciudad pueda desplazarse cómodo y seguro en ambas direcciones sin tener en ningún momento que bajarse a la calzada para ceder el paso. Las rampas de acceso para peatones con movilidad reducida permiten que estos ciudadanos vulnerables puedan por sí mismos movilizarse al contar con pendientes menores al 6% y una rugosidad adecuada contra deslizamientos. Sin embargo, las franjas táctiles guía y de advertencia continúan sin ser implementadas; una excepción son los corredores peatonales de la Universidad Francisco de Paula Santander Ocaña. Estas últimas deberán ser implementadas a futuro en todos los corredores confluidos de la ciudad como también en los parques y demás zonas de sano esparcimiento.
Pero no solo deben ser los profesionales y los políticos los que contribuyan a mitigar esta problemática; todos los ciudadanos somos parte de la solución. Hace algunas semanas publicaron en Facebook la fotografía de una rampa de acceso a un garaje de una vivienda, la cual se montaba sobre el andén e invadía la calzada en más de 10 centímetros. Comenté muy respetuosamente que las rampas tan inclinadas (casi a 45°) son un peligro de deslizamiento para los peatones, y que invadir el área del pavimento genera en ese punto estancamiento del agua de escorrentía si no se incluye un tubo para que el agua continúe su flujo.
No tardé en recibir insultos y argumentos como que “el dueño puede hacer lo que le dé la gana con su andén”. Como ya hemos dicho, el andén es espacio público y el dueño del predio no puede hacer lo que le venga en gana con esa área. Días después pasé por el lugar y la rampa fue retirada. No obstante, me quedó la desazón de la arbitrariedad con la que se imponen comodidades personales sin pensar en cómo pueden afectar a otros con iguales derechos al espacio público. Una cuestión de cultura que refleja la falta de valores ciudadanos que dificulta tanto la posibilidad de una ciudad inclusiva.
Muchas cosas asombrosas existen pero ninguna más que el ser
humano (…)
Se enseñó a sí mismo el
lenguaje, el pensamiento alado,
y la furia constructora de
ciudades”
Sófocles en el Coro de Antígona (442 A.C.)
Caminar por sectores de la ciudad de Ocaña como La Piñuela, San Antonio, Cuesta Blanca o Las Llanadas, es una travesía que cientos de personas deben sortear al día en un espacio geográfico que sigue creciendo sin políticas claras de planificación urbana. La razón: las malas características y condiciones de los andenes.
Según las normas técnicas de la Empresas Públicas de Medellín [EPM]1, los andenes deben disponer de mínimo 1.50 metros de ancho para la franja de circulación peatonal, y una altura promedio entre 10 y 15 centímetros. En los sectores mencionados, existen puntos críticos donde el ancho del andén puede llegar a solo 0.50 metros, y a alturas tan bajas como la cota rasante del pavimento o de casi 1 metro por encima. Por lo tanto el peatón debe “invadir” la calzada y arriesgar su integridad física, ya que por lo general las vías contiguas a estos andenes son angostas (menores a 6.0 metros), de doble circulación, y a causa del mal estado de la capa de rodadura del pavimento, induce a que los vehículos –sobretodo motocicletas– prefieran las márgenes adyacentes al andén que es donde precisamente se produce esa invasión de peatones.
| Arriba: A) Corte transversal, detalle de tipos de franja demarcadora del andén; B) Corte transversal, detalle de elementos básicos del andén. Abajo: Alturas del andén según tipo de vía y de tránsito. Fuente: Adaptado del Manual de Diseño y Construcción de los Componentes del Espacio Público, Universidad Pontificia Bolivariana (2003), citado por el Manual para Andenes, Empresas Públicas de Medellín (EPM, 2018, pp. 4-5). |
Los urbanistas, arquitectos e ingenieros en su narcicismo se han olvidado de la población con movilidad reducida, que es la que más ha sufrido el impacto y el marginamiento que conlleva el crecimiento de las ciudades, y Ocaña como ciudad intermedia, no está ajena a esta problemática. El arquitecto magíster en urbanismos Luis Eduardo Ortiz2 expresa que Ocaña fue planificada desde la plaza Parque 29 de Mayo, centro de ese valle en forma de “pera” delimitado por los ríos Tejo y Chiquito en donde se asentó lo que hoy se denomina el centro histórico, pero más allá, por la topografía irregular predominante, las calles fueron “trazadas por la geometría de la emboscada” como lo diría el poeta Páez Courvel3. Para la época, era difícil imaginar que muchos años después desaparecerían los caminos de herradura, los carreteros, los burros lecheros y se impondría el automóvil, la motocicleta y una alta concentración de peatones.
De ahí la importancia del andén, que es definido por EPM como la “porción del espacio público, destinada a la permanencia o circulación de peatones, con ocasional cruce de vehículos para acceso a los predios”. Por lo tanto al ser esa primera área pública que nos recibe al salir de los límites privados de nuestras viviendas, estos deben ser accesibles para todos los ciudadanos. Los expertos en urbanismo coinciden en que la ciudad moderna y sostenible, la ciudad soñada, debe procurar por la continuidad de los andenes, por su regularidad geométrica, por evitar los cambios bruscos de niveles, por contemplar rampas de acceso y líneas táctiles guía y de advertencia para peatones con limitación visual y movilidad reducida. La ciudad es de todos, y es en el espacio público donde confluyen las interacciones entre sus ciudadanos.
Es difícil cambiar el trazado de esos andenes en los que a duras penas se puede circular en un solo sentido sin el intercambio con la calzada. Será un proyecto a largo plazo que los gobiernos municipales deberán ir solucionando de manera progresiva, sobre todo a través de la Secretaría de Planeación que es la responsable de expedir las licencias de construcción, y de velar porque el espacio público tenga su lugar en la ciudad por construir.
Por eso es inaceptable que los nuevos proyectos inmobiliarios no contemplen en sus diseños arquitectónicos los espacios mínimos del andén, y que por no sacrificar el área construida, se pierda la oportunidad inmejorable de corregir estos imperfectos que muchos años atrás no se visionaron, porque no se concebía al ciudadano de a pie como un factor importante dentro de la dinámica de las ciudades. Es importante destacar, por ejemplo, el espacio público proyectado por los Centros Comerciales Santa María, Plazarella y City Gold, o el conjunto residencial Bulevar Plaza, que disponen de andenes amplios para que el peatón en estas zonas céntricas de la ciudad pueda desplazarse cómodo y seguro en ambas direcciones sin tener en ningún momento que bajarse a la calzada para ceder el paso. Las rampas de acceso para peatones con movilidad reducida permiten que estos ciudadanos vulnerables puedan por sí mismos movilizarse al contar con pendientes menores al 6% y una rugosidad adecuada contra deslizamientos. Sin embargo, las franjas táctiles guía y de advertencia continúan sin ser implementadas; una excepción son los corredores peatonales de la Universidad Francisco de Paula Santander Ocaña. Estas últimas deberán ser implementadas a futuro en todos los corredores confluidos de la ciudad como también en los parques y demás zonas de sano esparcimiento.
Pero no solo deben ser los profesionales y los políticos los que contribuyan a mitigar esta problemática; todos los ciudadanos somos parte de la solución. Hace algunas semanas publicaron en Facebook la fotografía de una rampa de acceso a un garaje de una vivienda, la cual se montaba sobre el andén e invadía la calzada en más de 10 centímetros. Comenté muy respetuosamente que las rampas tan inclinadas (casi a 45°) son un peligro de deslizamiento para los peatones, y que invadir el área del pavimento genera en ese punto estancamiento del agua de escorrentía si no se incluye un tubo para que el agua continúe su flujo.
No tardé en recibir insultos y argumentos como que “el dueño puede hacer lo que le dé la gana con su andén”. Como ya hemos dicho, el andén es espacio público y el dueño del predio no puede hacer lo que le venga en gana con esa área. Días después pasé por el lugar y la rampa fue retirada. No obstante, me quedó la desazón de la arbitrariedad con la que se imponen comodidades personales sin pensar en cómo pueden afectar a otros con iguales derechos al espacio público. Una cuestión de cultura que refleja la falta de valores ciudadanos que dificulta tanto la posibilidad de una ciudad inclusiva.
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| Losetas táctiles guía (centro) y preventivas (costado derecho) de un bulevar. Fuente: Bundik citado por ArchDaily Colombia (2020). |
De aquí en adelante no tenemos más opción que tomar buenas
decisiones. La sostenibilidad hoy deja en evidencia que la planeación urbana ha
dispuesto de los espacios públicos para otros intereses que no contribuyen a
construir ciudad, sino por el contrario, el caos. Como lo expresa el arquitecto
y magíster en Historia, Arte, Ciudad y Arquitectura Carlos Gómez Sierra4,
las ciudades intermedias son “reversibles” y existe aún posibilidad de mitigar
la amenaza de colapso, cuestión que es ya casi utópica en metrópolis
latinoamericanas como San Pablo o Bogotá.
Pensemos la ciudad a “escala humana”, hagamos conciencia de proyectar
rutas alternas que permitan el flujo por la ciudad sin deteriorar tanto la
calidad de vida, para así trabajar juntos por recuperar la identidad, la educación
ciudadana y consolidar un proyecto de ciudad, no en un plano o una maqueta,
sino más allá de la infraestructura. Planificar, no a cuatro años, si no a
veinte o a treinta, para gozar en el futuro de una ciudad sostenible desde y
para todos los ciudadanos sin distinción.
1. Norma de
Construcción de Andenes (2018).
2. Ocaña y sus formas
de crecimiento urbano. Análisis multiescalar: región-ciudad-arquitectura (2009).
3. “Interpretación
estética y lírica de Milanés”, prólogo de Los Felibres (1970).
4. “Los desafíos de las
ciudades intermedias”, conferencia del Congreso TEDxEldorado (2015).






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