Rectificar la Historia
La Columna del Sábado
¿Por qué cambiar lo que la historia se ha venido creyendo dese hace tanto tiempo?.
Anilipo Tierradentro
La historiadora Judith González Eraso en su tesis de maestría “Las mujeres en la Independencia entre realidad y ficción…”* pone en duda la existencia de Manuela Beltrán, al considerar que la principal referente del movimiento comunero de Santander en 1781, y primera heroína del panteón nacional, no es más que una reconstrucción de la historiografía. Cinco años después, Armando Martínez Garnica, presidente de la Academia Colombiana de Historia, y revisor de la tesis de Judith, González revivió la polémica –sin darle los debidos créditos–, al expresar que “nadie puede ser prócer de la independencia cuando [Manuela] vino al mundo 30 años antes”. A propósito del caso, Vanguardia Liberal en la última edición domincal, dejó la doble pregunta:
“¿Se puede cuestionar la historia y qué es lo que importa realmente en esta tarea de revisar?”
Custionar la Historia es una acción procedente y necesaria, porque pese a los años de investigación, los acontecimientos y sus narrativas siempre estarán suceptibles al debate, ya sea por la posibilidad de rectificación de fuentes o por la búsqueda de mayor objetividad. Los acontecimientos narrados por la Historia no están excentos de imprecisiones; el paso del tiempo termina refutando o afirmando con base en las evidencias de quienes en serio deciden investigar más allá de las suposiciones.
“La historia la escriben los vencedores”, sentenció el escritor británico George Orwell en 1944, evidenciando un enfoque subjetivo de contar los hechos: de ahí que los historiadores no puedan conformarse con lo que ya escrito. La Masacre de las Bananeras en Colombia o el genocidio armenio en la I Guerra Mundial, son eventos que hoy pese a lo ya narrado, siguen teniendo voces fuertes que afirman que todo lo contado no sucedió así, y dejan en tela de juicio a las víctimas y las formas como se desarrollaron los hechos. En consecuencia, el revisionismo histórico se convierte en la manera para buscar más evidencias, más certezas, más protagonistas, o por el contrario, cambiar la interpretación y reevaluarlo todo.
Por lo anterior, estamos de acuerdo en que se puede cuestionar la Historia y qué es importante revisar las fuentes que la sustentan, no obstante, surge otra pregunta: ¿Qué consecuencias trae el dudar de todo lo que se ha contado? Muchos recordamos la angustia de Lisa Simpson al comprobar que Jeremías Springfield, el noble fundador de su ciudad, era en realidad un pirata. ¿Cómo rebatir la consciencia creada, por ejemplo, frente a una figura legendaria? Lisa Simpson elige al final callar y sepultar la “verdad” al no ser capaz de controvertir el cariño que despierta en sus conciudadanos la figura del fundador.
Entonces,
¿por qué cambiar lo que la Historia ha venido contando desde hace tanto
tiempo? La cuestión en esta área del conocimiento va más allá de
la búsqueda de una verdad absoluta, pues
ya existe una perspectiva heredada que se acentúa con el paso de los
años de generación en generación. Por esa gran responsabilidad que carga a
cuestas la Historia, en algunos casos, lo esencial no es la completa fidelidad
de los hechos ocurridos, sino la
trascendencia que estos representan para el imaginario de una sociedad.
El revisionismo histórico de la existencia de Manuela Beltrán, que lleva más de
doscientos años en la memoria del país, no puede pretender que de un solo
tajo se “corrija” lo que se venido
diciendo de otro modo. Aunque las fuentes que aporta Judith González Eraso terminen
por convertir a la heroína de El Socorro en un personaje literario de los tiempos del virreinato de la Nueva Granada, seguirá por muchos
años más representando la valentía y coraje de la mujer santandereana, que a nivel
nacional junto a Policarpa Salavarrieta, Mercedes Ábrego o Agustina Ferro, constituyen
esas pocas figuras femeninas que se impusieron a
una narrativa de la
Insisto en que revisar, reevaluar, reescribir o volver a contar la Historia de una manera crítica, es un acto que los académicos pueden y deben continuar, para que de ese modo se nutra cada vez más el debate de las narrativas existentes, sin que la aspiración sea borrar lo que se contó “mal”; la sociedad misma será la que asumirá la transición de los eventos expuestos, y la que elija al final cuales serán los que integren su consciencia colectiva... y ello implica tiempo, paso generacional. Hoy existen monumentos, colegios, barrios, una universidad y numerosas referencias en torno a la figura heroíca de Manuela Beltrán, por lo que serán las futuras generaciones las contarán la “última versión”, que casi de inmediato se convertirá en la próxima primera duda.
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