Un día hace ya varios años

La Columna del Domingo


...y desde entonces

siempre han estado presentes los gatos.

Camilo José




Ayer, la Secretaría de Cultura de Cali rememoró el día de la muerte de Andrés Caicedo, no como una fecha trágica y desafortunada, sino con el motivo de exaltar el legado artístico de un hombre que hizo de la literatura y el cine una forma de vida. ¡Qué viva la música!, su novela insigne, hizo tangible espacios geográficos de Cali, y a través de sus personajes no solo nos dio indicios de una ciudad desconocida sino del vértigo del propio escritor buscándose a sí mismo. Hoy, de modo similar, recordamos la partida de nuestro padre, maestro y amigo. Un 5 de marzo a las 7:14 a.m. se sacudía la Casa otra vez y caían todas las luces de un solo tajo. ¿Para qué recordar los finales? ¿Para qué evocar la gran derrota humana?

El 5 de marzo es un día que desde entonces preferimos olvidar, pese a que ese ejercicio sea de los más difíciles. “Si hay una cuestión de la que podemos jactarnos es de nuestra memoria” dijo una vez Leão a Lorena Mazaré. “Te podría decir la fecha exacta y hasta el color de las miradas”, insistió.

El tiempo pasa y aunque debería ser más fácil abrir las puertas y caminar los pasillos, el abismo es el mismo y todo se sacude de nuevo porque consientes o no, el recuerdo siempre se impone de algún modo. Por eso hoy aludimos el día de la muerte de nuestro padre como Cali lo hace con la de Andrés Caicedo. Esta sentida evocación prescinde de los colores y las imágenes de las que se nutren esas masas vivas que deambulan con dolor por los pasillos de la memoria de un día que nos partío la historia afectiva.

Y ante el vacío, tal como ha hecho Cali con la ausencia física de Andrés Caicedo, es su obra artística la que nos devuelve la presencia perdida. De ese modo, nuestro padre nos acompañará en sus textos inéditos que se convirtieron en la manera en qué burló –mientras fue posible– las sombras de la muerte. Hoy, preferimos volver a sus palabras como el vestigio de que todo el trasegar por la vida no fue en vano.

Volver a sus textos y terminar de organizarlos será una tarea que tendremos que terminar algún día, para así dar forma a lo que creo es uno de los fines de todo ejercicio creativo: construir un espacio en donde nos puedan encontrar siempre, sin importar que tan vivo estemos.



Pensé en silencio,

atravesé la casa de memoria,

lloré y dije

la casa somos tres:

la madre, los hijos y la silla.

 

La casa somos todos.

 

 

Aun así

el grito irrumpe,

la luz decrece y

los días son nuestros.

 

 

Antes del fin:

el dolor,

la verdadera muerte.

 

José Ropero Alsina

Ocaña, 1954-2018

De Ocio íntimo

[inédito], 2017


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