Escribir a mano

 La Columna del Domingo


La lisura sin tacto de lo digital acentúa en el 

escritor el remordimiento de no estar 

trabajando con las manos.

Antonio Muñoz Molina


Volver a escribir a mano, tachar, reescribir, ¿para qué? Volver a enfrentar los vacíos ortográficos o gramaticales que los editores de texto nos disimulan, ¿para qué?  Volver a empuñar el lápiz por largo rato y exhibir una caligrafía aparatosa, ¿para qué?

João me contó que en la obra civil en la que trabaja hay una Bitácora de Obra, un libro foliado en el que debe registrar a mano día a día los aconteceres de la jornada laboral. “Son válidas las tachaduras, las notas aclaratorias y hasta los esquemas… todo a puño y letra en una descripción concisa y verás. Nada de literatura… A veces es tanto lo que sucede que me queda doliendo la mano por escribir tanto y tan rápido”. Sí, hemos perdimos parte de esa habilidad de escribir por largo rato a mano como lo hacíamos en la época del colegio, incluso de retener una idea en la cabeza sin que se nos disperse mientras batallamos entre palabras en la hoja en blanco. Escribir a mano es cada vez menos frecuente y lo digital se impone no solo a través de los editores de texto sino de las aplicaciones de biometría de voz. “Todo se ha simplificado tanto, que un monólogo largo ya se transcribe solo mediante una App… los tiempos de los escribas ya no van más”.

Pero esos avances tecnológicos no son del todo malos, por el contrario, han contribuido a muchas áreas del conocimiento y a los métodos de enseñanza, sobretodo para estudiantes y redactores en general. Sin embargo, considero que a nivel de la creación literaria (y también para el ofico de lector), se ha prescindido de la poderosa conexión entre el tacto de la mano que escribe (o toca) y el papel que hace tangible la palabra (y posible leer) ¿Entonces?

Hace algunos días en un encuentro de jóvenes artistas, uno de los asistentes preguntó por qué la revista literaria que estaban presentando no se distribuía en formato .pdf por cadenas de WhatsApp, para así no gastar tanto en impresiones y “para que llegue a más gente”. El que dirige la revista, aclaró que, si bien la mejor forma de divulgar algún contenido hoy en día es en medio digital y a través de las redes sociales, la apuesta del grupo (y de la revista) era volver al papel, repartirlo de mano en mano a los que les interese “así nos toque pagar de nuestro bolsillo las impresiones (…) porque queremos que nos lean, no que nos guarden en la lista de favoritos del Chrome”. Es decir, volver al papel, no como un romanticismo artístico, sino para romper la procrastinación tan marcada de los lectores de contenidos digitales, que a razón de la saturación de información y de su fácil acceso, terminan postergando tanto la lectura para después, que se pierde en los atómicos espacios de los bytes. Ayer me tomé la tarea de repasar mí lista de favoritos de Google Chrome donde guardo varios enlaces de artículos de opinión y ensayos que en su momento no tuve la disposición para revisar; muchos ya no estaban vigentes y otros eran periódicos de ayer.

La escritura que nace del contacto místico entre la piel y el papel –insisto– tiene una conexión más poderosa con ese acto espiritual del génesis de las palabras que conforman un texto. Habrá quienes piensen que esto sí es un anacronismo romántico del artista, pero por lo menos Antonio Muñoz Molina me acompaña en este planteamiento: “El cuaderno aparece y se impone a la mirada y a las manos”. Y agrega: “la materialidad del cuaderno y los apuntes a mano daban a la escritura la misma cualidad estimulante de experiencia física que el vigor de las caminatas a pie por la ciudad”.

Entonces, ¿Qué pasa con los que no escriben a mano? Nada, todo es cuestión de gustos, y cada uno encuentra la mejor forma de conectarse con la metafísica de escribir. De modo similar ocurre con los lectores: son ellos mismos lo que eligen si leer en sus tabletas o teléfonos móviles, o escanean el código QR para activar la audiolectura, o si continúan con el papel físico, que para mí es una sensación que complementa tanto el oficio de escritura como el de lectura.


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