Vuelta a casa
La Columna del Domingo
Después de abandonar la Casa e irse a vivir a un cuarto distante con balcón, era improbable que Pedro Damián despertara del sueño largo, atravesara el océano y tocara de nuevo a la puerta. No fue José Vicente quién le abrió; para entonces andaba tan ocupado con el asunto de las flores y el jardín, que se había retirado a los silencios del patio de atrás, desde donde también se podía ver la bandera (ya sin el paralelogramo rojo). La puerta la abrió Leandro Luís, que por esos días no debía estar en la Casa, ni mucho menos tenía autorización alguna para abrir puertas.
Pero Pedro Damián llegó con las nieves del
pasado intactas y con los ojos tan distantes que Leandro Luís poco pudo hacer;
sin muchas palabras, en ráfaga volvieron los vientos del último encuentro. “El
viejito está atrás en el jardín”, dijo Leandro e indicó el mismo pasillo
que daba a esa otra habitación con balcón conocido, desde donde pueden verse
aún los cerros del norte.
Ese regreso a Casa no fue más que un sacudón de
tiempo y distancia; un desdoblamiento de todos juntos en un solo ser
irreconciliable. Volvió a llover sobre Santiago del Bux como si fuera Sisguaná.
Rugió el fondo del mar muchos kilómetros detrás de la montaña. ¿Cuál mar
entre tanto cerro? ¿Cuál rugido entre tantos ruidos de la avenida?
Desde este otro balcón, con varios años de
diferencia, pasado y futuro presentes ante la misma puerta, como sí “um novo
instante gigante” barriera la edad de todos en un solo vuelo.
–He vuelto Señor, pero estas ventanas no
volvieron a ser las mismas.
–Me parece que solo por ahora, todos somos tan parecidos…
–No Señor; no mientras los otros estén apenas reconstruyendo las ruinas de la Ermita.

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