Una poderosa llave

«Sin música la vida sería un error» F. Nietzsche

Suelo escuchar música desde que estaba en el vientre de mi mamá, e incluso creo la posibilidad de haber sido gestado con música de fondo. Mi papá sabía que el bebé sentía afinidad con el ritmo clásico de Beethoven, Vivaldi, Bach o Mozart, porque cada vez que los colocaba en presencia de la mamá, el ser en potencia pateaba y mostraba señal de gozo.

Nació el bebé y con él su curioso comportamiento de «duendecillo alado»: no dormía por las noches y estaba a punto de colmar la paciencia de la agotada mamá que pedía descanso después de un duro parto. El ritmo clásico tuvo que entrar en acción, y por casi un año fue la fórmula magistral para que el bebé llorón pudiera por fin dormirse. Esas melodías quedaron guardadas en mi mente para siempre, y cada vez que las escucho, me transporto a ese vago recuerdo del papá gozoso bailando con su hijo en brazos en la antigua sala, con la intención de que vuele por fin al mágico mundo de los sueños. Además, hay una curiosa conexión con aquellos poemas que papá le recitaba en voz alta a mamá embarazada; porque ese periodo de vida también cuenta en nuestra existencia. Por eso propongo que nuestro verdadero día de cumpleaños sea aquel en que nuestros padres como consecuencia del amor profundo –o arrastrados por el deseo– decidieron arriesgarse y concebirnos. Ese es el día en que verdaderamente nacimos.

Crecí entre dos amantes de la música, no sé si la mejor, juzguen ustedes; porque no sentencio a un ritmo musical cualquiera por el simple hecho de no gustarme. Cada uno tendrá sus razones para oírlos; aunque confieso que ciertas canciones que nunca debieron haber sido compuestas. Por el lado de papá –aparte de la clásica– le encanta el son cubano, el vallenato clásico, los porros, el jazz, la trova, la salsa, la música zen (…) Por el lado de mamá, el vallenato de los 90s, la música romántica, el pop (…)

Esos ejemplos fueron fraguando en mis oídos y determinaron el camino que escogí para seleccionar la música que me gusta escuchar. Aunque no debo olvidar que mi hermano José Luis también me referenció alguna de la música que hoy es mi favorita: el rock en español y la salsa de Colón, Lavoe y Blades. Y casi sin querer queriendo cuando me regaló un CD mp3 para estrenar mi reproductor de DVD, me abrió la puerta  a la world music: los ritmos caribeños y africanos.

Desde las bandas en vivo hasta los LPs, casetes, CDs y reproductores
 mp3: la realización de esa idea antigua de 
«eternizar» las melodías
Pero para ese entonces, mi oído vivía una «época musical» diferente: la música andina era mi gran pasión. La flauta de pan y la zampoña son instrumentos que me seducen, al igual que las darbukas en los ritmos árabes. Como ha sido en todas esas «épocas», escuché el ritmo hasta saciarme, aunque difícilmente nos hastiamos de aquello que cala de forma tan estimulante en nuestra alma.

En uno de aquellos días de 2007 escuché «Molinos de Viento» del Mago de Oz, y con el ritmo celta oculto en su rock, me apasioné de pronto por la música irlandesa. En su búsqueda y descubrimiento, nació también mi admiración por los bailes celtas. 

Y de ahí en adelante, son muchos los géneros musicales que suelo escuchar a diario, donde algunos me los consideran «raros» –como el raï, el bellydance, la coladeira, el zouk, la banghra (…)–,  pero eso no significa que por no conocerse no sean dignos de escucharse, todo depende del estado de ánimo. En este escrito no pretendo imponerles mis gustos musicales. Si les gusta el reggaeton, el hip-hop, el rap, las rancheras o la música popular, me vale, yo respeto sus gustos. Lo que pretendo es describir lo fantástico y lo mágico de la música: la conexión pura que establece con el recuerdo.

Desde muy chico he tenido la gran quimera, la gran obsesión de «eternizar», de embotellar a manera de reliquia en un frasco aquellos recuerdos que temo que mi mente olvidará –o que ya ha olvidado–, tergiversado y debilitado con los años. Así, de la misma forma como Jean-Baptiste Grenouille logró guardar y atesorar los aromas de sus amadas mujeres. Pero esto solo es posible en el infinito mundo literario, y pensar en la sola idea es descabellado porque por más que no queramos aceptarlo los recuerdos son y serán intangibles.

Jean-Baptiste Grenouille, personaje principal de la Novela El Perfume de Patrick Süskind, «embotella» el aroma de su amadas mujeres.
Fue entonces un hecho espontáneo en una librería local el que le dio luz a mi sueño. Cuando papá entró allí percibió –al igual que yo– un profundo olor a lápiz y grafito, y de repente se quedó inmóvil, como petrificado.
            –Juanita Márquez, Las Peñitas, mi primera escuela –dijo.
Ahí caí en cuenta que para lograr evocar un recuerdo, no debía buscar frascos donde guardarlos para luego revivirlos, sino «llaves» para abrir y guardarlos. Y mi corta experiencia me dice que las llaves más poderosas son los sentidos. Pero no voy a fatigarlos con todos aquellos recuerdos que mis sentidos han guardado por años, sino solo me referiré a aquellos que mi audición ha mantenido conservados, para bien o para mal.

La mayoría de canciones que frecuento escuchar tienen un recuerdo asociado. Son llaves, incluso de aquellos que no sé si son reales o producto de mi imaginación. Por ejemplo, me enternezco con las primeras canciones de Enrique Iglesias o del dueto Donato & Estéfano, porque eran las que ponía mi mamá de forma reiterada cuando yo a los tres años estaba en la «edad de los por qués» y no me despegaba de su lado, convirtiéndome casi en un estorbo para sus labores domésticas. Del mismo modo, con su elegancia y sutilidad la «Primavera» de Vivaldi llega a mis oídos, rememorando los años en que papá grababa con solemnidad recitales poéticos en casa.

Pero estas conexiones también tienen su lado negativo. No siempre las llaves –que se crean de forma espontánea casi sin querer– te abren a buenos recuerdos. A veces te traen malos días, épocas truculentas o momentos de depresión.  Ciertas canciones de reggaeton son el caso más notable. Algunas con solo escucharlas hacen que una extraña sensación me invada de pronto y sienta una gran amargura, una impotencia, un remordimiento que viene de viejos tiempos de falta decisión o grandes derrotas. Así como estas llaves, hay otras desdichadas que me evocan a Salami y la confusión de la profecía, a Fatma y su curiosa forma de huir o las elegibles del mundo irreal donde todos se aman.

Esto de las llaves sí que es un problema. Pero no solo la música debo tomarla desde esa óptica tan subjetiva. ¿Por qué escucho música?: porque siento una atracción casi orgásmica hacia ella. Pero esto no es todo. Si fuera así, no tendría sentido y cualquier ruido con algo de ritmo sería música; que tal el eterno péndulo del reloj de la sala.

Conocí una vez a una chica, linda, conversadora, agradable. Cuando la oportunidad se daba acudía a ella, porque sentía gusto al estar a su lado. Pero era vacía, sin ningún significado. De esa forma hay muchas canciones –incluso aquellas que son llaves–, excelentes melodías, pero ¿qué te dejan? No tienen ningún contenido. Por esto, me he dedicado a descifrar el significado que ocultan las canciones, intentado imaginar la intención con que el intérprete las ha compuesto, sobre todo aquellas  en idiomas diferentes al español. Y ahora que toco este punto, me río de esos verdaderos ignorantes que escucho tararear un pedazo de canción en otro idioma sin saben que están cantando. Podrían estar insultando a su madre o profanando su religión y dignidad, y no se están dando cuenta. Es necesario saber que dicen las canciones y que mensaje nos dejan, porque para educar el oído se debe complementar melodía y letra; y con esto por fin logro entender la frase que me dijo papá hace muchos años: «las canciones también son poesía».

Bueno, ya no los fatigo más; solo quisiera que cuando escuchemos música  a parte de identificarnos con el ritmo y la letra, busquemos más allá esa sensación mágica; pero sin llegar a abusar de ella, porque también es un vicio, pues evocar recuerdos de manera reiterada puede llevarte al delirio o la locura existencial. El objetivo de las llaves solo es conservar, intacto e inmutable el recuerdo, para revivir con la misma vibración y emoción que como si lo estuvieras volviendo a vivir.

Comentarios

  1. Poema sinfónico
    Mi niño, Dios y yo
    Al ritmo de Las cuatro estaciones de Vivaldi.
    Avanza la noche y nos hemos dejado llevar
    Por la cadencia del arroyo.
    El aire es liviano en el silente verano.
    Un susurro de palabras ininteligibles
    Estallan en los labios
    Del inquieto duendecillo.

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