Evocación: volver a casa


José Ropero Alsina (Biblioteca personal, 2016)


Para llegar más rápido, tomé la ruta Llano-Buenos Aires-Aguas Claras. Sentado en el último asiento, fui consiente de la estrechez y de la dificultad para salir del bus cuando pidiera la parada.“¡Apúrese carajo que voy sobre el tiempo!”, dijo el conductor.

Diez de la mañana. Pedí la parada en la esquina de la Calle 11 con 35. Su casa estaba en la otra cuadra. Toqué dos veces. Desde la terraza, una gran sonrisa tras el tapabocas. En el garaje, en “su oficina”, conversamos. Los médicos le ordenaron estrictas medidas de higiene, por lo que desde su regreso, las visitas de cierto modo están restringidas. Sin embargo, me invitó a sentarme muy cerca de la mecedora de mimbre, donde parecía estar muy cómodo. El maestro es un hábil conversador.

En la primera media hora, de todo un poco: de la familia, de la Universidad, del clima… de la hazaña de volver a casa. Me contó detalles de su último viaje en avión; lo que significaba estar otra vez en Ocaña: “hacía muchos años que no sentía las nubes tan cerca”. En su juventud visitó Bogotá por dos o tres días, pero para entonces otros eran los motivos. “En el '79 viajé y por azar conocí a un escritor ocañero* que para entonces era muy sonado. Lo admiro mucho; yo apenas comenzaba con la escritura y deseaba conocerlo. Me invitó a almorzar. Conversamos”.

En medio de la evocación, se levantó de la mecedora y buscó un libro en la biblioteca, fusión de dos estantes que albergan más de seiscientos libros. “Aquí está... Lo leí de un tirón. Es un estudio de la historia regional de Ocaña”. La portada tiene el mapa de Norte de Santander.

A las once menos cuarto, Gladys, su esposa, me ofreció una porción de torta bizcochuelo; para él un jugo de uvas agraz. Una corriente de aire refrescó desde la puerta entreabierta el calor que por esos días abrasaba la ciudad. El maestro volvió a la mecedora. “Regresamos hace una semana. La casa, el barrio y todos me recibieron con mucho cariño”. Aunque sus palabras no lo dijeron, es evidente que el afecto brindado desde la distancia por familiares, amigos y conocidos, fortaleció su resistencia espiritual e hicieron más llevadero para él y su esposa, ese “exilio” médico en Floridablanca tras la recaída en la enfermedad.

 Su voz se acentuó; “no es fácil volver a eso que ya viviste: esa pesadilla terrible, ese recuerdo lejano… me parece mentira que esté aquí, que todo haya terminado”. Se levantó otra vez y recitó un fragmento de París es una fiesta de Ernest Hemingway. Lo leyó tan despacio como si estuviera solo y hablara para sí mismo:

Me enseñó los muchos tomos que tenía manuscritos y que su compañera iba pasando a máquina. Dedicar cada día cierto tiempo a escribir la hacía feliz, pero a medida que la fui conociendo mejor me di cuenta de que para sostener su felicidad hacía falta que aquella producción diaria, incesante pero variable según su energía, se publicara y tuviera éxito.

 

El reloj marcó las once y cuarto. El diálogo terminó del mismo modo como empezó: por la familia. Me agradeció la oportunidad de conversar. Noté su molestia por despedirme sin un abrazo. Me deseó buen viaje y se quedó unos segundos con la puerta abierta, la cual se cerró cuando crucé la esquina. Ojalá el tiempo nos alcance para charlar lo suficiente…

Ojalá.


* Referencia al escritor e historiador Jorge Meléndez Sánchez.


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