Evocación: volver a casa
Para llegar más rápido, tomé la ruta Llano-Buenos Aires-Aguas Claras. Sentado en el último asiento, fui consiente de la estrechez y de la dificultad para salir del bus cuando pidiera la parada.“¡Apúrese carajo que voy sobre el tiempo!”, dijo el conductor.
Diez de la mañana. Pedí la parada en la esquina de la Calle
11 con 35. Su casa estaba en la otra cuadra. Toqué dos veces. Desde la terraza,
una gran sonrisa tras el tapabocas. En el garaje, en “su oficina”, conversamos.
Los médicos le ordenaron estrictas medidas de higiene, por lo que desde su
regreso, las visitas de cierto modo están restringidas. Sin embargo, me invitó
a sentarme muy cerca de la mecedora de mimbre, donde parecía estar muy cómodo. El
maestro es un hábil conversador.
En la primera media hora, de todo un poco: de la
familia, de la Universidad, del clima… de la hazaña de volver a casa. Me contó
detalles de su último viaje en avión; lo que significaba estar otra vez en
Ocaña: “hacía muchos años que no sentía las nubes tan cerca”. En su juventud
visitó Bogotá por dos o tres días, pero para entonces otros eran los motivos. “En
el '79 viajé y por azar conocí a un escritor ocañero* que para entonces era muy
sonado. Lo admiro mucho; yo apenas comenzaba con la escritura y deseaba conocerlo.
Me invitó a almorzar. Conversamos”.
En medio de la evocación, se levantó de la mecedora y
buscó un libro en la biblioteca, fusión de dos estantes que albergan más de seiscientos
libros. “Aquí está... Lo leí de un tirón. Es un estudio de la historia
regional de Ocaña”. La portada tiene el mapa de Norte de Santander.
A las once menos cuarto, Gladys, su esposa, me ofreció una
porción de torta bizcochuelo; para él un jugo de uvas agraz. Una corriente de
aire refrescó desde la puerta entreabierta el calor que por esos días abrasaba
la ciudad. El maestro volvió a la mecedora. “Regresamos hace una semana. La
casa, el barrio y todos me recibieron con mucho cariño”. Aunque sus
palabras no lo dijeron, es evidente que el afecto brindado desde la distancia
por familiares, amigos y conocidos, fortaleció su resistencia espiritual e hicieron
más llevadero para él y su esposa, ese “exilio” médico en Floridablanca tras la
recaída en la enfermedad.
Me
enseñó los muchos tomos que tenía manuscritos y que su compañera iba pasando a
máquina. Dedicar cada día cierto tiempo a escribir la hacía feliz, pero a
medida que la fui conociendo mejor me di cuenta de que para sostener su
felicidad hacía falta que aquella producción diaria, incesante pero variable
según su energía, se publicara y tuviera éxito.
El reloj marcó las once y cuarto. El diálogo terminó
del mismo modo como empezó: por la familia. Me agradeció la oportunidad de
conversar. Noté su molestia por despedirme sin un abrazo. Me deseó buen viaje y
se quedó unos segundos con la puerta abierta, la cual se cerró cuando crucé la
esquina. Ojalá el tiempo nos alcance para charlar lo suficiente…
Ojalá.
* Referencia
al escritor e historiador Jorge Meléndez Sánchez.
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