El descaro de plagiar

La Columna del Sábado



Lapicito (Plagio autorizado
al maestro Abel Manzur)
La propiedad intelectual poco o nada importaba hace siglos, incluso se escribía de forma anónima o bajo seudónimos por temor a la censura de los regímenes que veían en la palabra escrita una amenaza a sus discursos demagógicos y a las verdades irrefutables que dan base a las estructuras de poder. Así lo piensa Mario Vargas Llosa, y asegura además que la literatura tiene la facultad de mostrarnos los problemas del mundo sin tapujos, resaltando sobre todo los defectos de las relaciones humanas y la decadencia de las democracias, las monarquías, las dictaduras y de las otras tantas formas de gobierno a lo largo de la historia.

Hoy, por el contrario, proliferan escritores por todos lados y en puja constante por lograr –por lo menos– que sus obras se sigan leyendo después de la muerte. Por lo tanto, hoy los derechos de autor importan mucho, y de cierto modo contribuyen a reafirmar nuestros egos. Como dicen muchos, la completa autenticidad no existe porque siempre cargamos con la influencia de otros autores, y estos de otros tantos a su vez. La materia prima universal que nutre a la literatura no se agota, se transforma en cada autor; su talento debe ser capaz de decirnos lo mismo pero de otro modo. Las estirpes familiares, el dictador megalómano, la pasión de los conflictos sociales, los túneles y ciudades cosmopolitas, la angustia del hombre frente a la muerte o el amor envuelto en los aromas de las flores, son temas humanos que ya otros han tratado, pero que seguirán repitiéndose por siempre, enriqueciendo así la gran biblioteca del mundo y haciendo más difícil la hazaña a los próximos intentos.

La RAE define plagiar como “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”1. En Colombia se recuerda la triste condena (desproporcionada a mí parecer) de dos años de prisión y 5 SMMLV de multa a la profesora y poeta Luz Mary Giraldo en 20102, por parafrasear apartes de la tesis de una estudiante de literatura de la Universidad Javeriana, sin la debida citación. Resuenan ecos de plagio desde la roma antigua donde Ovidio fue acusado de robar versos a Catulo; Alfredo Bryce Echenique, Camilo José Cela, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, José Saramago, Mario Vargas Llosa, Manuel Vázquez Montalbán, Dan Brown, Paulo Coelho, Jorge Bucay, entre otros, han sido también sindicados de plagio. Sin embargo, en tiempos del libro electrónico y la revolución democrática de la lectura en internet, me intriga lo común que se ha vuelto el plagio descarado y evidente, sea literal o en imágenes comunes parafraseadas, como fue el caso reciente de una joven poeta en octubre de 2015.

Mi padre solía decir que “la poesía es de todos, si quieren toménla prestada”; por ello nunca se le pasó por la cabeza registrar sus versos inéditos en una notaria o en la Dirección Nacional de Derechos de Autor (como sí lo hicieron los escritores Manuel Mejía Vallejo y Pedro Gómez Valderrama mucho antes de que las Editoriales tomaran esa responsabilidad), y por el contrario los compartía en su blog o en su muro de Facebook sin temor de que algún inescrupuloso los plagiara o participara con ellos en algún concurso literario. Pablo Neruda, más radical, decía que "la poesía no es de quien la escribe... sino de quien la necesita"; una joven poeta colombiana tomando muy enserio esas palabras, participó en el Concurso Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con un libro en el que incluyó el poema Cosecha de pájaros, que no es más que un parafraseo desvergonzado de Escrito en la espalda de un árbol, uno de los poemas más conocidos de Miguel Méndez Camacho; y otros poemas de Saúl Gómez Mantilla, los cuales hacían parte del libro inédito Otro intento de vacío con el que este había participado en otro concurso literario en 2014.


Interior de la Casa de Poesía Silva, Bogotá, D.C. (Foto: www.casadepoesiasilva.com)

En febrero de 2016, Gómez Mantilla denunció a la joven poeta públicamente en un comunicado en su blog3, ya que para mala suerte de la participante, él había sido uno de los prejurados de dicho Concurso. Además recordó que la autora (siempre bajo el seudónimo de Acontista) ya había sido descalificada por el mismo proceder en el XXXII Concurso Universitario Nacional de Cuento Corto y Poesía 2015, y en noviembre del mismo año se le había retirado el primer lugar en el Concurso Nacional de Poesía “El dolor y sus trampas” de la Casa de Poesía Silva (que le otorgaba la nada desprecible cifra de $5.000.000). En este último caso, su poema Constructor de ciudades, según la Casa Silva, había violado las bases del concurso al perder su carácter inédito después de ser publicado en su Facebook en 2014, lo que según la escritora española Aurora Munt es falso, pues dicha publicación virtual fue manipulada y es la evidencia del plagio “casi literal”4 de varios versos suyos pertenecientes al libro La luz que delimita el espacio, que publicaría luego el sello mexicano Stillness & Blood.

Estos sucesos le hacen mucho daño a la literatura colombiana (y al prestigio del concurso literario) e instan a dirimir el asunto en virtud de las facultades del derecho, por ejemplo, el art. 21 y 30 de la Ley 23 de 1983, sobre los derechos morales y patrimoniales de los autores; el art. 51 de la Ley 44 de 1993 y el art. 270 del Código Penal Colombiano (Ley 599 de 2000), modificado luego por el art. 14 de la Ley 890 de 2004, sobre las sanciones civiles y penales a personas naturales y jurídicas tras incurrir en plagio, que reitero, penalmente no son muy proporcionales para un delito menor que de ninguna manera puede compararse con aquellos que atentan más significativamente contra la integridad humana y son castigados con penas similares, como lo es la inducción a la prostitución o la calumnia. El castigo por plagio debería ser más proporcional al daño moral y patrimonial causado (si este es demostrable), y así hacer justicia, porque también es improcedente pretender banalizar el trabajo duro e intelectual de quiénes dan forma con tanto esfuerzo a la esencia artística a través del quehacer poético.

La joven poeta días después respondió a Gómez Mantilla en su blog reconociendo que “soy humana, y como tal cometo errores (…) He aprendido que la poesía debe mantenerse limpia y honorable, como la máxima representación artística del hombre (…) Asumo así las equivocaciones que por mi falta de experiencia y quizá por ingenuidad he realizado.3 Pidió excusas a los poetas plagiados (excepto a Munt a la que sostiene que no plagió) y a su público lector.

Es difícil creer que un error humano, la falta de experiencia o la ingenuidad sea tan reiterada, ¿no será acaso una conducta deliberada? En derecho, demostrar el dolo es bien complicado. Espero que ella siga buscando la autenticidad poética, si de verdad la palabra es su pasión y no una forma de vanidad pública. Los antecedentes mencionados de ninguna manera deben significar su ignominia artística. La Casa de Poesía Silva plantó un buen precedente quitándole el premio y así contribuyendo a proteger como se debe a los derechos de autor.

La poesía no puede concebirse como un peldaño para la fama, ni para ser reconocido en la calle con el empalagoso “hola poeta”. La poesía es intangible y solo reza en la virtud de la palabra, no en la figura de quién la escribe y la recita. Al poeta carnal se lo devora la tierra y solo el verso trasciende en el tiempo. El plagio no sobrevive a esa transmutación natural de la carne. Si el poeta quiere transcender, debe dejar la palabra auténtica desde su propio lenguaje.









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